TRES

Lo tengo enjaulado en tres bordes de carne azulada.

El mira desde sus fibras ópticas, de su pelaje semitransparente, semi reflejando las cartas, dos queenas y tus manos.
Las reinas decapitadas sonríen en la distorsión felina.
También cortamos sus rojos diamantes.

Entre los rayos alcanzó a capturar un par de galaxias en sus tímpanos, triángulos de aire.

Doblas los gestos, vuelvo a perder.
El descansa sobre las horas. Respira un As de trébol, levanta fusiles, exhala tierra.

Tu te sacas el sombrero. Bajo él escondías las agujas mas profundas que lo invisible ha visto.

Los helicópteros vibraron, batiendo cucharas, desordenando el mantel, lanzándose en picada al infierno que no acaba de quemarse, fundiéndose con las palabras de secretos discontinuos.



CUATRO

Encerrada en una pequeña, mínima caja, con igual cantidad de aire.
Alguien tuvo la mala idea de mover mi caja, sacudirla mientras yo grito silenciada por el algodón.
Tres agujeros.
Todo daba vueltas y dolía.
Incluso, era desde dentro hacia fuera, desde el corte incisivo en medio de la raíz, donde la leche surgiría a borbotones.
Ahí algo se anidó.
Quizás seria el cordero, perdido dentro de mi.


Hundido en tripas y huesos
Balando desesperado
mugiendo
berreando
e incluso ladrando
Había clavado sus pezuñas entre mis manos y mi ombligo
sacó su cabeza por uno de los tres agujeros
lanzando bocanadas de azúcar


Recién entonces él se dio cuenta.
Tomo la caja y metió unas cuantas flores.
El cordero se quedo pastando, tranquilo, mientras yo a ratos con partes mas o con menos me desangraba.
Creo que ensucié su bolsillo. Por suerte ya no girábamos.
El aire dulzón y denso del que el cordero había llenado la caja, me fue sumiendo en el sueño.
Quizás una de estas mañanas ya no despierte dando vueltas y doliendo.
Quizás una de estas mañanas ya no despierte.